27 de noviembre de 2008

Apnea...

Esa era mi mano en el sofá, mi pie en el respaldo y mas allá mi cabeza en un cojín; “I`m Not Ok…” gritaba la voz en mi oído; si las estrellas no me querían debajo debieron haber pensado en tener sexo con alguien más, y mientras mis ojos ociosos se distraían en la pantalla, mi corazón se empeñaba en suspirar lejos y más lejos apagando una vela y encendiendo mi pecho. Como odiaba esa sensación  detestable de la severidad desértica de su ausencia, pero esta vez era como estar apretujado en un bullicioso cuarto y mis dedos temblaban reacios a darle traste impreso a todo esa cacofonía mental, al ir y venir de pasos con ese “When you go, would you even turn to say; I don't love you like I did yesterday…” pero en ese ayer mis pasos revivían en esa interminable avenida llena de luces, de gente, de ruido y sobre todo de soledad.

Mi pie impaciente se bajo del respaldo solo para causar un golpeteo un poco mas sedante y al igual que el eco en la habitación, me recordaba que yo no era para nada bienvenido en mis sueños por más ansioso que se hiciera el gesto que ya se dibujaba en mi boca.

Tenía el teléfono en la otra mano que se entretenía picando aleatoriamente teclas y ruidos; el altavoz incansable parloteaba que no tenia caso marcar números de amigos si no contaba con el dinero para hacerlo.

En qué se diferencia el pasado del presente si eres tu victima preferida, asesino por genética, pacifista por herencia, mi futuro era insensato y mis sentimientos se saboreaban los retazos de mis obras muertas en mi voluntad de omitir.

“Siempre” ¿es un verbo, una cosa, un adjetivo, un servicio, un fonema o todo lo anterior y mas? Siempre es siempre y nada es para siempre solo mis dibujos en el cielo. Si me lo hubieran pedido dejaría de mentir –pensaba -y mi corazón enfadado me recordó que desde hace mucho ya no mentía o eso parecía, porque se le había olvidado el diccionario en la esquina ruin de algún lugar bastante lejano o eso creía, porque ahora era tan lejano que incluso eso ya lo había olvidado.

La pistola que mato a Dudley Stone como la recordaba me apuntaba grande, inmensa y fría casi moribunda, si no fuera por la conciencia atávica del metal que ya no parecía tan distante engendraba el plomo que yacía dormido en sus entrañas. Ante aquella sensual escena de mi muerte, mi mente se resistía en vano ante la erótica perversidad de ese acto cuasi prohibido de pecar para no parar nunca mas. La violencia de mi muerte era incautamente voluptuosa.

Pedir no basta, pedir es la sucesión causal del vació y a él; “siempre” guardaba ese estado y es el eslabón que lo continuaba; ahora la imagen se decoloraba.

Ahora los colores se mudaban a la calle en la que mi memoria había perdido varias palabras, junto con todo entender sobre la prudencia de no interrumpir mis horas, como fuera que estas estuviesen ordenadas en el reloj.

La pistola que mato a Dudley Stone, era el silencio sepulcral de millones de gotas de tintas reeditadas de cada vez en cuando, solo para seguir honrando al fantasma que nunca extraño la señora Stone. Aun así esa pistola no me fue más útil a mí. Y la muerte ya no me parecía tan maravillosa, más bien parecía andrajosa y en ese punto empezaba a generar una trivial sonrisilla en la cara de algún incauto y la muerte que deja de coquetear con insensible lascivia nada mas deja de ser muerte y todo queda en un suspiro ruin de indiferencia.

Yo a diferencia de los demás por más que insistía no podía abandonarme y mi cabeza seguía en el cojín, mas allá mi pie meditabundo marcaba el paso de alguna marcha que nunca marcho. Ahora veía receloso a las salerosas notas musicales en su escala de sol -Las muy hijas de perra habían logrado al fin, colarse en el aire-.

A esa hora la sal se acumulaba ya bajo mis uñas y me levante para descalificar a algún pajarraco que desprevenidamente cruzó. No era por hambre o gula, para mí las cosas demasiado calientes eran sencillamente incomibles, pero la carne cruda era pecaminosamente impensable así como los platillos fríos con la honrosa excepción de los postres y la venganza, todo lo demás no eran en algo comestibles.

-Qué más da si hago un último nudo que sentencie la discontinuidad de esta ilación avariciosamente ilógica –Que mas da un cuento sin fin; yo no pagaría por un cuento sin cuento. Si hay un balance en esto, eso ya es patéticamente obsoleto-

Sin mi voz que los dispense mis dedos son torpes, para deshacer tus ojos en la espuma fugaz de mi imaginación. Mi aliento ahuyenta tu piel cada vez que se consume en tu boca, por eso desisto ante el movimiento hipnótico de tus piernas.

Mi mano mas allá descansa plácidamente sobre el respaldo, mi pie se acomodo en el cojín y mi cabeza parecía estar satisfecha en el vacío, tal vez por la esperanza de verse interrumpida por él. El teléfono yacía repetitivo y gustoso de que el atento piso resuene centelleante con las imperceptibles vibraciones de los desvaríos de alguna mal llamada “compañía” que solo se llena de su etimología.

La muerte de Dudley Stone resulto ser bastante céntrica, nada olvidadiza y regreso por todos los que pensaron haberle robado algo, por mínimo que eso fuera, aunque solo se tratase del cadáver mal vendido del señor Stone, el cual ahogado en su océano mezquino de prólogos ya no resultaba en nada conmovedoramente maravilloso.

En la madrugada el agua corría por mi cuerpo en el sentido inverso que cae, pero a tales horas la noche ya desvelada no era más que un prestidigitador haciendo suertes cansadas, y mi atención divagaba naufraga en el agua.

La noche, mi mano, mi pie, mi cabeza, un celular, el piso, mi otra mano, mis ojos y la ya no tan maravillosa muerte de Dudley Stone dejaban correr al sol por el calendario, después de todo cualquier cosa por inesperada que fuese su naturaleza, era por lo menos interesante para alguien más pero ya no para mi. Solo así pude dejar de mortificar aun mas a esta hoja preñada de sinapsis incoherentes.

Por más autoestima que tuviera el “saber”, este es un huérfano desamparado ante el “dar”, que parece la vía mas idónea hasta que se despliega en miles de estallidos multicolores su arrogancia. Si las estrellas no me quería encima hubieran considerado el claustro y la pluma, para que así me hubieran culpado por el exceso y la depravación, pero sabían que todo esto era consecuente a la voluptuosa violencia de mi muerte y la noche consumida en si misma bebería de mi hasta que la luz ardiera en mi piel una vez más.